
ISSN: 2954-5331 / Revista investigación & praxis en CS Sociales
Volumen 4 - Número 1 - 2025
[87]
Esta investigación se adentra en las voces y vivencias de estudiantes de primer semestre de la
Universidad de Pamplona, buscando comprender cómo comienzan a entrecruzar los hilos de
sus identidades personales con los que les ofrece el campo de la pedagogía. Se parte de una
comprensión de la identidad profesional como un constructo dinámico, profundamente
influenciado por la interacción dialéctica entre las dimensiones personales (historia de vida,
motivaciones, auto-concepto), sociales (interacciones, pertenencia a grupos) y contextuales
(cultura institucional, currículo, entorno socio-político).
Desde una perspectiva sociocultural, se reconoce que la identidad no es algo innato o
meramente individual, sino que emerge y se moldea a través de la participación activa en
comunidades de práctica (Lave & Wenger, 1991; Wenger, 1998). Para los pedagogos en
ciernes, la universidad, y de manera más íntima el programa de formación docente, se erige
como esa comunidad primordial. Es aquí donde, a menudo con una mezcla de entusiasmo y
aprensión, comienzan un proceso paulatino de inmersión y decodificación de los lenguajes,
rituales, valores y prácticas que caracterizan a la profesión.
La observación atenta de docentes experimentados –sus gestos, sus discursos, sus formas de
gestionar el aula–, la interacción vital con pares que comparten sus mismas incertidumbres y
aspiraciones, y la participación en actividades académicas que los confrontan con los saberes
pedagógicos, se convierten en el crisol donde negocian quiénes son y, crucialmente, quienes
aspiran a ser como profesionales de la educación. En este sentido, el compromiso con la
práctica reflexiva, incluso en sus etapas más incipientes, y la reflexión crítica sobre la misma,
son catalizadores fundamentales de este desarrollo identitario (Schön, 1987; Shulman, 1987).
La inmersión etnográfica en la cotidianidad de la cultura universitaria (Spradley, 1980) se torna
esencial para capturar la sutileza de estos procesos de socialización y aculturación profesional,
observando cómo se manifiestan en las conversaciones de pasillo, en las dinámicas de clase y
en los primeros intentos por "ser" docente.
Complementariamente, la teoría de la identidad narrativa ofrece una lente poderosa para
comprender cómo los individuos construyen activamente significado a partir de sus vivencias,
tejiendo relatos que dan coherencia a su trayectoria vital y profesional (Bruner, 1990; Connelly
& Clandinin, 1999; Ricoeur, 1991). La identidad pedagógica se nutre y se expresa a través de
las historias que los estudiantes cuentan sobre sí mismos, sobre sus experiencias previas como
aprendices en el sistema escolar –aquellas que quizás encendieron la chispa vocacional o, por
el contrario, sembraron dudas– y sobre su relación evolutiva con la profesión. Estas narrativas
no son meros recuentos descriptivos, sino que son performativas: dan forma activamente a la
identidad, permitiendo a los futuros docentes conectar sus experiencias pasadas, sus
emociones presentes y sus "posibles yoes" futuros como educadores (Markus & Nurius, 1986).
Elementos como la vocación, entendida como una llamada interna hacia la enseñanza, y las
motivaciones intrínsecas –el deseo profundo de contribuir al desarrollo de otros, el amor por
el conocimiento, la pasión por el aprendizaje continuo– se erigen como pilares de estas
narrativas fundacionales (Flores & Day, 2006; Palmer, 1998). La perspectiva etnográfica