
ISSN: 2954-5331 / Revista investigación & praxis en CS Sociales
Volumen 1 - Número 2 - 2022
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En la búsqueda de denominaciones propias de esta movilización política basada en el discurso
islámico, diversos autores han recurrido a diferentes nombres. Entre ellos, los más comunes
son: islamo-islamismo radical (Carré, 1985), islamismo (Roy, 1996), movimientos islámicos
(Brieger, 1996) o islam político (Ayubi, 1996). Casi todas esas denominaciones encierran
problemas metodológicos y conceptuales.
La Revolución iraní inicialmente no fue antagonista a las políticas dentro de la Guerra Fría, y
Estados Unidos y la Unión Soviética quedaron expectantes a los resultados. Sin embargo, con
el triunfo final de Jomeini se produjo una crisis de rehenes, ya que estudiantes seguidores del
líder espiritual invadieron la embajada estadounidense en Teherán, tomando como rehenes
a diplomáticos estadounidenses. Esto consolidó el tinte antioccidental de la Revolución, que
no había sido necesariamente su bandera principal desde el inicio, aunque sí estuvo muy
presente la crítica a las costumbres occidentales impuestas por el sah.
El sentimiento antioccidental se explica por casi cien años de dependencia nacional de los
intereses occidentales, ya que hubo movilizaciones desde inicios del siglo XX que apostaron
por una transformación política, siempre coartada por el apoyo occidental al régimen del sah
o, de un modo directo, frenada por Estados Unidos, como en el caso de Mossadegh. La crisis
de rehenes rompió definitivamente las relaciones entre Irán y Estados Unidos, y además
significó el fin de Irán como el bastión británico, y luego estadounidense, en la región. Es por
esto que, hasta el sol de hoy, continúa una enemistad, y siempre se ve a Irán como un régimen
oscurantista, dictatorial o malvado: quedó del lado de los enemigos de Estados Unidos.
Tras la crisis de rehenes, dentro del contexto de la Guerra Fría, tanto la Unión Soviética como
Estados Unidos no supieron entender ni enmarcar la Revolución iraní dentro del mundo
bipolar. Del lado de la Unión Soviética había una postura ambigua, ya que los soviéticos
defendían el cambio político, pero vieron el modelo iraní como una amenaza a las repúblicas
soviéticas de mayoría musulmana vecinas. Además, se vio con recelo el factor religioso,
ausente de los análisis comunistas. No obstante, en la década de los ochenta se produjeron
acercamientos que fueron interrumpidos por el colapso de la Unión Soviética.
Desde hace más de una década, la Rusia liderada por Putin creó vínculos estrechos con Irán.
Sin embargo, más allá de lo dicho, al observar el devenir y el desarrollo de los movimientos
islámicos desde el final del siglo XIX y principios del XX, es muy difícil no relacionarlos con los
avatares políticos y económicos de las sociedades del Medio Oriente. En su momento, para la
Medialuna Fértil y todo el mundo minoría chií, la Revolución iraní representó una esperanza
y un modelo a seguir. Esto marcó la consolidación definitiva de buscar una salida que tuviera
en cuenta la religión ante un profundo malestar con las instituciones políticas del mundo
occidental, tendencia que aumentaría desde entonces. En el papel de movilizar el islam, sin
embargo, se abrió una disputa entre Arabia Saudita e Irán, ambos buscando liderar la política
teniendo en cuenta la religión. Enemistados, sin embargo, porque uno es suní y el otro es chií.
Desde entonces, siguiendo la táctica favorita aprendida de la Guerra Fría, comenzaron a